¡Que
desgracia infantil!
¡Aún
vivimos en la noche despiadada
del silencio!
¡Una
tormenta cierra las ventanas!
Una dosis
de canto
nos salvaguarda
de caer en
el filo asfixiante del insomnio.
No estamos
solos ni acompañados,
vamos con la sombra
del otro
al entierro
mismo de la distancia.
Nuestras
manos arrastran
cadenas y plumas
con el
mismo ímpetu
en que el
cosechero recoge
ganancias ajenas.