Epitafio

Conjurar con el olvido
la continuidad del río
y escuchar
cómo las cosas
nos reclaman
una presencia impropia.

La poesía no muere

la poesía es el comienzo incesante
del sabor ácido de un veneno

se diluye en la garganta
para volver a bullir
como gárgara
volcánica
apedreando la respiración
y la sangre
de quien cree
que cada instante
puede volverse
una eternidad
o que cada cuerpo
al morir
se esparce
en miles.

Piedra a la superficie

En el retiro
apedreado
como la superficie del lago
salto en
contra la

y ahora cayendo
piedra
al vacío
desgarrado de la soledad
sin nombre

mojarrita, sin hermanas

ni engarzada siquiera
me vuelvo ovillo
primario
ovo acuático
de la boca           salgo
parturiendo oquedades en el mar
burbujas quemando la nada
y levantando
augurio de aire
efímero respiro

                de lo inasible.

Una vez más lo encuentro

No saber más quién escribe,
ni a quién.

Una vez más lo encuentro
en la familiaridad
el desenfreno el referendo
y por todas esas influencias
buenas y malas
que el ambiente propicia
escribe en vibro y aún desafino
es que su canto huérfano
continuamente renace
en la escucha aprendiz
del apego al desapego
de las cosas que ama
para como pluma sin plumaje
en soledad deletrear
las huellas de pasos en el aire
porque la hoja
se torna un torno de luz
en un instante
cuando caen atentos los ojos
o cuencos del oído
de la parva en revuelo
y como una locura lúcida
traza tatuajes de pavos reales
            deletreables
en el fondo frondoso de una selva
que aturde con su nombre
y en camuflaje de guerra
como serpiente oriental
casca con su cascabel
a las tensiones del mundo
y emerge en la lengua
al ras de un beso endemoniado
un jardín plagiado
de dioses moribundos.

Fragmento

Un ángulo capcioso
cernido por la luz
de vestigio
se vuelve
recuerdo
insoluble.

Memoria de instantes
que pierde sus bordes
estando

en la carpa,
un sueño arácnido
se infiltra
como un hilo
de hormigas rojas
y corrompe
la tranquilidad.

Tejedoras de orillas
prenden fuego
los papeles,

el barco carguero
permanece
intacto,
espera

la señal del puerto
para volver.

Nuestro mar
plagado
de líneas,
parábolas
anónimas
que parafrasean
al silencio

hoy
nos toca

vivir.

Lluvia de verano

Patinan las ruedas
            desgastadas por el pavimento
            caluroso de enero

hoy que llueve
            como después de un desencuentro
suelta y deja caer
lo acumulado

y todo quiere ir más rápido
            que de costumbre
y nadie mira a los ojos al otro

casi un accidente
            se aproxima
            cada vez más
al acto
            se presiente en algunos corazones
el choque de cuerpos
no sé cuántos
sino su sangre
pronto charco llanto ambulancia

y así fumo
            palpitando con el cigarrillo
            bajo el techo de un kiosco
lo que me da el paisaje
lo que inunda.

Dosis de canto

¡Que desgracia infantil!
¡Aún vivimos en la noche despiadada
del silencio!
¡Una tormenta cierra las ventanas!

Una dosis de canto
nos salvaguarda
de caer en el filo asfixiante del insomnio.

No estamos solos ni acompañados,
vamos con la sombra
del otro
al entierro mismo de la distancia.

Nuestras manos arrastran
cadenas y plumas
con el mismo ímpetu
en que el cosechero recoge
ganancias ajenas.

Riada de fuego

Acá estoy alucinando en la riada de fuego
en la existencia purpúrea de unas manos ajadas hace tiempo
de tanto elevar voces en donde antes sólo había pesadilla de silencios
y crecen en mis vocales el hoyuelo de una sonrisa
junto a las fragancias rudas de un par de alas diacrónicas
y en sí mismos los cántaros desconforman la circularidad
de un hueso que sostiene el altar con mi nombre
en donde una llama inextinguible ilumina el rincón para la ceniza.

El azar del fuego

Resbalar entre influjos de vertientes cósmicas,
portales en donde ruedan los dados sin caer
donde ya no alcanza con cruzar los dedos
y entre los hilos flamantes de una mutación
nadar la inasible sustancia de una lengua en llamas.

9 de julio

Las bombas de estruendo vuelven a caer sobre la avenida. Nunca dejaron de caer las bombas, porque las pesadillas y los traumas tienen cosas en común, y los espasmos del estruendo son parte de sus efectos. A algunos les gusta ser propietarios de la velocidad y les molesta los cuerpos que vienen a interrumpir el flujo. Son las ruedas, sobre el cemento que tiene nombre y velocidad máxima, las que buscan en la inercia su giro. Transitan las calles en el rodar del sistema financiero, y por nuestros espacios públicos tiran las balas de desidia. Aquellos que se molestan porque no pueden circular libremente, no conocen el hambre de querer detener el mundo. Se viene el 9 de julio y está bueno recordar que no somos independientes aún. Hay hombres que manejan de manera impune, sus armas y funciones, y liberan el tránsito para que la rueda financiera siga andando. Hay otros que buscamos detener el mundo, para no repetir la fuerza del terror. Los amarres de la colonización, la disciplina y el control que operan sobre nosotros deben ser cortados en conjunto.

Niebla porteña

Una niebla inmensa avasalla al paisaje en Buenos Aires. El frío pisa fuerte entre las baldosas porteñas y a su lado, una ola de desinformación constante me perturba. Quiero amanecer con el tridente entre mis manos y salir a caminar por el infierno. Se está prendiendo fuego todo. ¿Es niebla o humo, gases o lluvia ácida? El apocalipsis cotidiano. El intentar renacer cada día, para no morir en el encierro. El mundo tiene puntos de influjo, huecos de saturación y líneas cósmicas, entrelazadas para nosotros como en una pintura barroca del siglo XXI. La estética de la pantalla es la desmesura de una boca que perpetúa su hambre de dolor. Lluvia y escupitajo no son lo mismo. No es una cuestión de la naturaleza. Es el imperio en su dimensión de ameba, avanzando por los aires, pegoteando en mi ventana el color gris. Y acá yo, en la cocina, intentando hacer de estas un trapo para limpiar la suciedad compartida.

Soliloquio desvelado

Es simple,
agarras una palabra
y la estrujas
como si fuera una fruta,
un trapo.
Es simple,
absorbes el jugo
la sangre
de las cosas 
que dejan rastro
en el mundo.
Se llama
el placer.
Y en ese mismo encuentro
la palabra
se vuelve el punto
para entrar en contacto
con otra serie
de rastros
que no tienen forma
aún.

Horas desveladas 2

Seguimos escribiendo porque estamos inconformes. No sólo con lo que dicen del mundo, sino también con lo que nosotros hemos dicho. Cuando estamos conformes, nos embriagamos y todo vuelve a comenzar. Pero no vivimos en un círculo, sino en un espiral que larga el olor de algo que se está cocinando.

Nuestra boca está embebida de la sustancia de un caldero de alquimistas que mezclan las lenguas de los fantasmas, con la de los pueblos, los animales y los objetos del mundo.

Horas desveladas

¿Qué se yo para qué escribimos poesía? Pero no podemos parar. Todos tenemos algo con lo que no podemos parar. ¿Será nuestra manera de respirar en la noche cerrada del mundo? ¿Será para no morir de dolor?

Horas desveladas, en que algunos duermen con la ventana abierta y sueñan mientras otros leemos líneas absurdas que intentan abrir la ventana del sueño en la vigilia.

Alacrán

Alguien alacrán         ha de               llamarme
tierra difusa               tierra perdida
extraña demencia
en la línea de su visión
mi sombra es una parte de mí
y no soy yo quien se pierde
en mil pedazos
entre               el adoquinado          verseado
de mi ciudad              co-dolida
en perplejo tiempo y cuchillo vasto
como quien se atreve a rajar
la distancia con el paisaje
la otredad con mayúscula sin máscara
revela             en un canto al veneno silencioso.  

Sur otoñal

escucho al corazón de cristal
crepitar en las inmensidades
de un silencio insalvable

como una vuelta de página
el aleteo de un pichón
saliendo del nido

una llamarada se agita con el aire
del sur otoñal que acarrea
en el viento
la tormenta.

Liberarse

las cuerdas retorciendo
flagelos de los pies
en el borde del nudo mundo
de un precipicio

enquistados caminos de lo antedicho
trémula voz de un cacareo
que se infiltra en un sueño

olvida en el arte
de la suspensión el coágulo
y viste
filtración de luz
en el cuenco bebible del instante

los personajes son murallas
condescendientes a la vigilia
aunque sumisos al canto
nos dejó
el pájaro en la noche

y acá
con abismo y conflicto
entre sus manos
le crecieron alas de Ginkgo
con la ceniza del dolor
brotando
sin presión
sin mí

quien dice dónde
 dice cuándo
pero nunca quién
entramando la fragilidad
de las cosas perdidas
y por encontrar
como la poesía
atina
            al invisible nadie
volverlo multitud.

Lombriz de tierra

como el plomo de una caña
cae

la caída en su cuerpo
vibra

el secreto del fondo
envuelve

como una hormiga reina
vive

acechada por fantasmas
se
retuerce

Pájaro de fuego

Ser pájaro de fuego
en ovillo de agua

cruzar las alturas
de una niebla
la puerta encrucijada
del desierto

verse vernáculo en verso
y desatar
a campo semántico
un ejército parva
            en boca de otro

ser atmósfera en lo tardío
            lo prematuro
huevo y tumba

            en su justa medida
punta de flecha
dirigida al silencio
en aleteo de infierno
torrente del tiempo.

Estallan luces

Estallan luces
vertientes en la montaña
desfiguradas
entre sonidos
de la noche
mientras
mi sombra  
reconfigura el cemento
como pez  de terciopelo
                fugándose
del garzo amo
y chapotea el roquedal
de acequia

mientras  
nadie está
para escuchar plagas traicioneras

palabras  de un amigo
que se pierde una vez más
                más allá de la frontera del mar
en silencio
otra vez más
                con dolor y en soledad

me quedo
con las luces de mi ausencia
que estalla caminando
y se deja atravesar
por ilimitados recuerdos  
                en consonancia vibrátil
                con la estrella oriental.

Arrojé piedras al rincón

Arrojé piedras al rincón
            y levanté una pared
que me protege del viento
aunque cada temporada
mi nostalgia arrasa
con los nidos de pájaros
y entre los guijarros
de mi pasado inconcluso
escucho el canto de los restos
como quien quiere acaparar luz
pero la hipnosis vespertina sobre la hierba
lo atomiza en polvo
y queda deletreando rastros
incubando hilos de frágil cáscara
contra sombras de tensa realidad
y sueño encolerizado
por marionetas del teatro que se destruye en mí.

Hoy agarro el machete y el martillo
y bailo la danza del río
mientras destruyo el muro
y levanto el paisaje etéreo
donde mi raza sumergida espera
y ya no me dedico a la construcción de lo fronterizo
ni al arma nuclear de mis manos de hueso
sólo quizás vasija cuenco donde yema acaricie plumas
vuelva a levantar mi llanto
antigua voz busco que no queme pero hierva
en la fría cueva escabullo la clave
donde espíritu vibra libertad tejido en verdor
donde árbol viento y fruto silban su partir en boca. 

Vi de nuevo

Vi de nuevo la caída de las gotas en la terraza
el sonido múltiple de las gárgaras
en la noche del deseo
no al abrir los ojos, sino al soñar con el preludio,
el presente deslizándose oblicuo
y de perfil en la pregunta al espejo
la cola del río que traía sedimentos de gestos.
Vi de nuevo la red desmesurada del piso
entre quejidos de un insecto
y la tinta de lo inefable
entre órbitas alrededor de un pasillo
el túnel del tiempo que se componía
y descomponía
a través del personaje
continuamente a contraluz
en un plano secuencia.
Vi de nuevo la porosidad de su piel
y un tatuaje que se desteñía.