Riada de fuego

Acá estoy alucinando en la riada de fuego
en la existencia purpúrea de unas manos ajadas hace tiempo
de tanto elevar voces en donde antes sólo había pesadilla de silencios
y crecen en mis vocales el hoyuelo de una sonrisa
junto a las fragancias rudas de un par de alas diacrónicas
y en sí mismos los cántaros desconforman la circularidad
de un hueso que sostiene el altar con mi nombre
en donde una llama inextinguible ilumina el rincón para la ceniza.

El azar del fuego

Resbalar entre influjos de vertientes cósmicas,
portales en donde ruedan los dados sin caer
donde ya no alcanza con cruzar los dedos
y entre los hilos flamantes de una mutación
nadar la inasible sustancia de una lengua en llamas.

9 de julio

Las bombas de estruendo vuelven a caer sobre la avenida. Nunca dejaron de caer las bombas, porque las pesadillas y los traumas tienen cosas en común, y los espasmos del estruendo son parte de sus efectos. A algunos les gusta ser propietarios de la velocidad y les molesta los cuerpos que vienen a interrumpir el flujo. Son las ruedas, sobre el cemento que tiene nombre y velocidad máxima, las que buscan en la inercia su giro. Transitan las calles en el rodar del sistema financiero, y por nuestros espacios públicos tiran las balas de desidia. Aquellos que se molestan porque no pueden circular libremente, no conocen el hambre de querer detener el mundo. Se viene el 9 de julio y está bueno recordar que no somos independientes aún. Hay hombres que manejan de manera impune, sus armas y funciones, y liberan el tránsito para que la rueda financiera siga andando. Hay otros que buscamos detener el mundo, para no repetir la fuerza del terror. Los amarres de la colonización, la disciplina y el control que operan sobre nosotros deben ser cortados en conjunto.

Niebla porteña

Una niebla inmensa avasalla al paisaje en Buenos Aires. El frío pisa fuerte entre las baldosas porteñas y a su lado, una ola de desinformación constante me perturba. Quiero amanecer con el tridente entre mis manos y salir a caminar por el infierno. Se está prendiendo fuego todo. ¿Es niebla o humo, gases o lluvia ácida? El apocalipsis cotidiano. El intentar renacer cada día, para no morir en el encierro. El mundo tiene puntos de influjo, huecos de saturación y líneas cósmicas, entrelazadas para nosotros como en una pintura barroca del siglo XXI. La estética de la pantalla es la desmesura de una boca que perpetúa su hambre de dolor. Lluvia y escupitajo no son lo mismo. No es una cuestión de la naturaleza. Es el imperio en su dimensión de ameba, avanzando por los aires, pegoteando en mi ventana el color gris. Y acá yo, en la cocina, intentando hacer de estas un trapo para limpiar la suciedad compartida.