Las cosas simples. Una mano que gira una llave. Un colectivo que dobla en una
esquina. Una lamparita que explota en un cuarto. Alguien que se queda dormido. Otro
que despierta. Llueve.
Entre ellas,
nosotros mezclados, con acciones cotidianas. Contemplaciones al tiempo. Detenciones.
En la casa
vacía quedan los gatos. Queda un reloj con las agujas trenzadas, como dos
cadenas que de tanto enredarse se rompen. Efecto paradojal de los laberintos y
las prisiones de uno. Efecto de la tensión. Hogar poblado.
Volvemos hirsutos,
con harapos y rostros chorreando sangre, mascullando aire por no hablar sin
traicionarse. Arrastramos con nosotros, el río que deja el guijarro en la
cascada y se vuelve agua estancada. De la bifurcación al rincón. Silencio.
Espejo empañado. Resonancia de sí-otro, piel de serpiente, muda del personaje
vibrátil, y la frágil superficie que se desliza en la montaña nevada lo cubre
todo.