Texto publicado en la revista Campo Grupal en homenaje al Tato Pavlovsky
“Médico, ayúdate a ti mismo: así ayudas también
a tu paciente. Sea tu mejor ayuda que él vea en sus propios ojos a quien se
sana a sí mismo. Mil senderos existen que jamás han sido recorridos;
mil formas de salud y mil ocultas islas de la vida.”F.
Nietzsche, Así habló Zaratustra (De la virtud de los regalos)
“Las
islasen
trance quedansiempremás
allá.”Diana
Bellessi
¿Cómo
archipielagar las islas?Pregunta
prematura de Hwan Foux
Veo islas, cierro los ojos y las tanteo
con el presentimiento de un respiro enorme. Escucho confirmar el final y el
comienzo de algo, el reconocimiento que el otro es mi puntapié inicial. Refugio
cálido de fieles torbellinos que me expulsa a la vida. Un fruto salido de esta
tierra, en pleno éxtasis de jugo, manchando el suelo y las piedras. El trazo de
un color, un sólo pelo del pincel que la mano de una diosa dibuja sobre un
papiro onírico.
Veo islas, ombligos de todo el
continente, palpitar cerca mí, en mis entrañas. Mi imaginación emprende un
largo recorrido que apunta hacia otro lugar, y hasta la noche más obscura tiene
la paciencia sabia de una quebrada silenciosa. El valor de lo pequeño vuelve
domeñado y fortalecido, la luz de la luna, el trago de agua, un trozo de vela,
el cobijo de un fuego, el pan compartido, el pulso de un corazón. Íntegras
partes del mundo primitivo revelan que la vida es otra cosa menos fetichista.
Son las bellas islas de la fantasía,
desde donde miro hacia el refractado imaginario de puentes que nacen y habitan
en los cielos. En el mar está la alucinación de lo que somos y podemos llegar a
ser, en ese mar siempre adentro, con sus correntadas sin límites, en donde los
transfronteros vagabundean por incesantes mareas satelitales y nacen. Ahí
descansan los reflejos de lo que proyectamos, ahí se tensionan tiempo y espacio
como un cuerpo que palpita a cada vaivén. Pulso de una pleamar en pleno
mordisco.
Veo islas inspiradas en mi única
fortaleza, el encuentro con la aventura.
Oxímoron de la distancia en la casa a la
que vuelvo cuando escribo. Me exilio y me refugio, en esas islas con playas
hechas de granos de hojas y olas de sensaciones que me empujan al archipiélago
de lo que todavía no estaría siendo.
Veo
islas como recuerdo, y río con la complicidad de un silencio desafilado que ya
no hiere; y como un gigantesco péndulo que desmiembra nuestra psiquis, las
islas van y vienen, las veo acercarse y alejarse de mis manos y de mi boca, las
nombro y me nombran, brillan y se apagan en su instante fugaz de vida, como
lucero del alba, titilando en el principio del final.
Veo
islas, en los ojos cerrados de este preso que sueña, en el puño aferrado al
bastón del caminante, en la vara de una orquesta aún muda, en la respiración de
una carpa que comienza a desarmarse, en una soledad que mengua junto al dolor.
La
embarcación levanta las anclas a sabiendas de una tripulación que ha sido
expulsada, como la nave de los locos; y, obligada a levantar la vela y zarpar,
la comunidad de los sin comunidad, canta desterrada las penas y las alegrías en
un jolgorio de solitarios.
Vivir
isleño en lo que ya no es naufragio sino avistaje de un abismo
compartido. Y ya adentrado, entre la espuma y las algas, veo las islas
volverse puntos, entre tantos puntos del espacio, las veo disiparse en la
oscuridad, perdiendo su figura en la noche que nos devorará sin discriminación.
El
puerto es de todxs.