¿Qué de la
casa
anda suelto
vagando
en las
horas nocturnas
que no deja
dormir
a mi niño…
El amor
corroído
con los
años
no
encuentra
lecho
donde
depositar
su cuerpo
de
transparente mano.
La
distancia
se agiganta
sin la luz
ni la
perspectiva
de la
sombra.
Somos
solitarios
como
las manchas
húmedas
o las
heridas
del bajo
fondo
de una
ilustre existencia
en su
apocalipsis.
Somos cajas
resonantes
ovoides en
el latido
de
jeroglíficos
por venir.
Y así,
en la
vivienda perpetua
de quien no
haya silencio
más que la
poesía
atisbo mi
mano
para
acariciar al ente
que aún
ronda
por los
rincones
para calmar
su sed
y dormir
los dos
juntos
como
enamorados
en el
vientre
o en el
útero
de una
piedra
que cae.