Es simple,
agarras una palabra
y la estrujas
como si fuera una fruta,
un trapo.
Es simple,
absorbes el jugo
la sangre
de las cosas
que dejan rastro
en el mundo.
Se llama
el placer.
Y en ese mismo encuentro
la palabra
se vuelve el punto
para entrar en contacto
con otra serie
de rastros
que no tienen forma
aún.